jueves, 8 de octubre de 2020

 

“ROBOT”  de Blanca Li

https://www.youtube.com/watch?v=4Mf_bpoWsz8

 

 

Hasta hace poco pensábamos que la Danza y el Teatro, con mayúsculas, sobrevivirían como posesión única del ser humano. Los escritores del siglo XX comenzaron a crear un género llamado Ciencia-Ficción Postapocalíptico y el mundo audiovisual empezó a llenarse de robots, inteligencias artificiales y máquinas que tomarían el control y cambiarían el curso de la humanidad. Cuando vi esta obra, todo mi cerebro empezó a trabajar para calcular las infinitas posibilidades que se habían abierto para el mundo del arte, al tratar de poner un robot a danzar, a interpretar… Todos y todas sabemos que vivimos en una era que será un antes y un después. En una sola década nuestra vida puede cambiar hasta volverse algo que nuestros abuelos no reconocerían. Ver a una máquina programada para moverse a un tiempo determinado, realizar esfuerzos, incluso comunicarse ya estaba implementado en la conciencia general de mi generación. Pero cuando se puede crear arte… cuando podemos usar estas máquinas para generar expresión y comunicación artística, ya no estamos hablando de usar el robot como una herramienta más, como un abanico o una falda. El robot se vuelve el propio intérprete. Incluso el artista. Apasionada con esta idea y asustada (tengo que reconocer) me fui a la gran fuente de sabiduría que es internet y descubrí que no hace mucho, mentes pensantes habían conseguido crear una mente todavía más pensante que era capaz de componer música. ¡Una inteligencia artificial creando!

Todo el que tenga un poco de conciencia se llevará las manos a la cabeza, si un robot sabe hacer arte, ser arte… ¿Qué puede hacer el ser humano?

Esta obra puede estar más conforme con tu gusto visual, más de acuerdo con tus valores, puede gustarte, o por el contario puedes odiarla, no entenderla, probablemente leerla mediante el guion del académico erudito y tratarla como basura en tu crítica. Pero si o sí, tendrás que reconocer que marca un final y por lo tanto, un principio, en esta forma de expresión que llamamos danza. De hecho, puede ser considerada bajo mi opinión, simplemente Performance, sin añadir ni más ni menos.

Esto es lo bonito del carácter evolutivo natural del arte, obras como esta, que generan debate, son necesarias. ¿Qué sería el mundo del arte sin un Jackson Pollock, sin un Picasso? Artistas que pusieron sobre la mesa nuevas posibilidades y deconstruyeron el ideal artístico de sus contemporáneos.

Entrando un poco más en la obra, lo primero que puedo identificar es unidad. Sí, veo el concepto, veo la propuesta, veo el debate que se abre y siento que todo es un circulo que rodea una misma cosa. Todos los elementos cohesionan; estoy hablando de los interpretes humanos, de sus movimientos, de la luz, de la música, de los músicos no humanos y de los sí humanos que han trabajado detrás.

Cuando comienza la obra tenemos un nuevo movimiento de arte visual llamado VideoMapping o también conocido como Proyección 3D. En un cuerpo (humano) se proyectan diversas imágenes, entre ellas nuestro cuerpo de dentro hacia afuera, nuestros órganos y nuestro sistema nervioso, vemos diferentes engranajes sintéticos que continuamente se transforman en diversos humanoides, algunos popularmente conocidos de sagas como Star Wars, (y es que tengo que mencionar las referencias a la cultura general contemporánea que aparecen, de forma salpicada, en varios momentos del performance). Después de este show lumínico, se produce una especie de introspección. Hay bailarines y bailarinas en escena, que con una música ambiental que mezcla sonidos marinos, como si estuviéramos en una placenta, a punto de nacer, sonidos variados de maquinaria y una voz lírica. La luz que funciona de cenital individual para cada intérprete y sus movimientos idénticos, nos hacen pensar que en el ambiente en el que estamos, no hay individualidad, no hay personalidad. Estamos viendo humanos imitando a algo no tan humano. Y más tarde veremos humanoides imitando humanos. Si todo parece demasiado lioso, es porque así es.

La representación de la cotidianidad en nuestras vidas actuales no tarda en llegar, música frenética, movimientos caricaturizados, un caos que nos hemos acostumbrado a tener. Trabajos monótonos, hábitos de aseo incluso comportamientos juiciosos y malversadores, (que parecen ser una característica humana) empiezan a extasiar a los y las intérpretes. Junto con su cansancio físico va nuestro cansancio mental, nuestro hastío como público que se siente identificado en esos comportamientos.

El discurso de la obra ha comenzado en el principio, pero es en este punto, donde la reflexión es… innegable.

Pronto comienzan a pasar cosas en escena que deambulan entre la cotidianidad y lo extraordinario, sobre todo cuando ves a un robot interpretar lo que podría ser un niño o una niña. El momento en el que un robot te transmite ternura, porque está “ aprendiendo” a caminar y más tarde a bailar como si fuera un niño humano, es el momento en el que intuyes que algo no está pasando como esperabas, a pesar de saber que venías a ver algo sobre robots.

El intercambio entre conceptos me dejó la cabeza abrumada, no podía separar la iluminación, música, escenografía y vestuario de la obra coreográfica en si, porque estaba demasiado absorta en humanos que sufren “cortocircuitos” y robots que van de divos y lo contrarias que suenan estas afirmaciones. Quizás sea porque realmente funcionaban en simbiosis dentro de la obra.

Como opinión personal tengo que comunicar que seguramente habría disfrutado mucho verla presencialmente, al igual que sé que la habría sufrido. Al final, la labor comunicativa del arte es esa, no importa qué te lleves, siempre que te lleves algo. Quizás te lleves escándalo, asombro, paz, diversión tal vez, hastío incluso.

Sin duda recomiendo esta obra como escape en el confinamiento.

                                         

 

 

                                                                           Carmen Cebrián González

 

   

 

 

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