“ROBOT” de Blanca Li
https://www.youtube.com/watch?v=4Mf_bpoWsz8
Hasta hace poco pensábamos que la Danza y el Teatro, con
mayúsculas, sobrevivirían como posesión única del ser humano. Los escritores
del siglo XX comenzaron a crear un género llamado Ciencia-Ficción Postapocalíptico
y el mundo audiovisual empezó a llenarse de robots, inteligencias artificiales
y máquinas que tomarían el control y cambiarían el curso de la humanidad. Cuando
vi esta obra, todo mi cerebro empezó a trabajar para calcular las infinitas
posibilidades que se habían abierto para el mundo del arte, al tratar de poner
un robot a danzar, a interpretar… Todos y todas sabemos que vivimos en una era
que será un antes y un después. En una sola década nuestra vida puede cambiar
hasta volverse algo que nuestros abuelos no reconocerían. Ver a una máquina
programada para moverse a un tiempo determinado, realizar esfuerzos, incluso
comunicarse ya estaba implementado en la conciencia general de mi generación. Pero
cuando se puede crear arte… cuando podemos usar estas máquinas para generar
expresión y comunicación artística, ya no estamos hablando de usar el robot
como una herramienta más, como un abanico o una falda. El robot se vuelve el
propio intérprete. Incluso el artista. Apasionada con esta idea y asustada (tengo
que reconocer) me fui a la gran fuente de sabiduría que es internet y descubrí
que no hace mucho, mentes pensantes habían conseguido crear una mente todavía
más pensante que era capaz de componer música. ¡Una inteligencia artificial
creando!
Todo el que tenga un poco de conciencia se llevará las manos
a la cabeza, si un robot sabe hacer arte, ser arte… ¿Qué puede hacer el ser
humano?
Esta obra puede estar más conforme con tu gusto visual, más
de acuerdo con tus valores, puede gustarte, o por el contario puedes odiarla,
no entenderla, probablemente leerla mediante el guion del académico erudito y
tratarla como basura en tu crítica. Pero si o sí, tendrás que reconocer que
marca un final y por lo tanto, un principio, en esta forma de expresión que llamamos
danza. De hecho, puede ser considerada bajo mi opinión, simplemente Performance,
sin añadir ni más ni menos.
Esto es lo bonito del carácter evolutivo natural del arte,
obras como esta, que generan debate, son necesarias. ¿Qué sería el mundo del
arte sin un Jackson Pollock, sin un Picasso? Artistas que pusieron sobre la
mesa nuevas posibilidades y deconstruyeron el ideal artístico de sus
contemporáneos.
Entrando un poco más en la obra, lo primero que puedo
identificar es unidad. Sí, veo el concepto, veo la propuesta, veo el debate que
se abre y siento que todo es un circulo que rodea una misma cosa. Todos los
elementos cohesionan; estoy hablando de los interpretes humanos, de sus
movimientos, de la luz, de la música, de los músicos no humanos y de los sí
humanos que han trabajado detrás.
Cuando comienza la obra tenemos un nuevo movimiento de arte
visual llamado VideoMapping o también conocido como Proyección 3D. En un cuerpo
(humano) se proyectan diversas imágenes, entre ellas nuestro cuerpo de dentro
hacia afuera, nuestros órganos y nuestro sistema nervioso, vemos diferentes
engranajes sintéticos que continuamente se transforman en diversos humanoides, algunos
popularmente conocidos de sagas como Star Wars, (y es que tengo que mencionar las
referencias a la cultura general contemporánea que aparecen, de forma salpicada,
en varios momentos del performance). Después de este show lumínico, se produce
una especie de introspección. Hay bailarines y bailarinas en escena, que con
una música ambiental que mezcla sonidos marinos, como si estuviéramos en una placenta,
a punto de nacer, sonidos variados de maquinaria y una voz lírica. La luz que funciona
de cenital individual para cada intérprete y sus movimientos idénticos, nos hacen
pensar que en el ambiente en el que estamos, no hay individualidad, no hay
personalidad. Estamos viendo humanos imitando a algo no tan humano. Y más tarde
veremos humanoides imitando humanos. Si todo parece demasiado lioso, es porque así
es.
La representación de la cotidianidad en nuestras vidas
actuales no tarda en llegar, música frenética, movimientos caricaturizados, un
caos que nos hemos acostumbrado a tener. Trabajos monótonos, hábitos de aseo
incluso comportamientos juiciosos y malversadores, (que parecen ser una
característica humana) empiezan a extasiar a los y las intérpretes. Junto con
su cansancio físico va nuestro cansancio mental, nuestro hastío como público
que se siente identificado en esos comportamientos.
El discurso de la obra ha comenzado en el principio, pero es
en este punto, donde la reflexión es… innegable.
Pronto comienzan a pasar cosas en escena que deambulan entre
la cotidianidad y lo extraordinario, sobre todo cuando ves a un robot
interpretar lo que podría ser un niño o una niña. El momento en el que un robot
te transmite ternura, porque está “ aprendiendo” a caminar y más tarde a bailar
como si fuera un niño humano, es el momento en el que intuyes que algo no está
pasando como esperabas, a pesar de saber que venías a ver algo sobre robots.
El intercambio entre conceptos me dejó la cabeza abrumada, no
podía separar la iluminación, música, escenografía y vestuario de la obra coreográfica
en si, porque estaba demasiado absorta en humanos que sufren “cortocircuitos” y
robots que van de divos y lo contrarias que suenan estas afirmaciones. Quizás
sea porque realmente funcionaban en simbiosis dentro de la obra.
Como opinión personal tengo que comunicar que seguramente
habría disfrutado mucho verla presencialmente, al igual que sé que la habría
sufrido. Al final, la labor comunicativa del arte es esa, no importa qué te
lleves, siempre que te lleves algo. Quizás te lleves escándalo, asombro, paz,
diversión tal vez, hastío incluso.
Sin duda recomiendo esta obra como escape en el
confinamiento.
Carmen Cebrián González